¿Podrían ser el buen humor y las conexiones humanas pilares de la cultura organizacional?

Para Milagros Paredes, especialista en reputación corporativa de Lima Airport Partners, el buen humor es más que solo comedia: es una palanca para la comunicación relacional.

Escribo este artículo con una sonrisa, solo de recordar cuántas veces el buen humor me ha salvado en una reunión, protegido un vínculo o abierto la puerta incluso a conversaciones difíciles.

No estoy segura de si el buen humor ha sido siempre una herramienta comunicacional tan potente en las empresas, pero sí noto que se ha ido aceptando (y necesitando), muy probablemente gracias al cambio generacional y su impacto en las tendencias globales.

Trabajar en el mundo corporativo en los años noventa claramente no incluía memes, hablar con stickers o definir el clima organizacional con imágenes de gatitos. Todo eso hoy forma parte de nuestros lenguajes. Y si no lo han incorporado aún, se los recomiendo completamente.

El buen humor es subjetivo y sensible al contexto y al colectivo humano en el que ocurre. Eso lo convierte en un canal perfecto para conectar. Y si de construir cultura organizacional se trata, cuánto necesitamos crear ambientes seguros, tender puentes que acerquen puntos de vista y conectar los mundos e historias de cada subcultura y de cada persona.

Imaginen lo siguiente: una empresa cuyo equipo directivo ha decidido transformar su cultura. Busca dejar atrás características tradicionales para adoptar una visión más cercana, flexible, innovadora y orientada al cliente. ¿No les suena a una tendencia común en las empresas?

Sin embargo, pasar de un extremo a otro —como en este caso— no solo exige coraje y estrategia, sino también un mecanismo de contención que reduzca las defensas y facilite la incorporación de las nuevas características. El buen humor, bien construido y gestionado, le aporta a la cultura organizacional ese aire, ese colchón que habilita las relaciones, la confianza y la fluidez.

Ojo: no se trata de contar chistes, usar imágenes en lugar de palabras o reducir los vínculos a espacios de risa. Se trata de entender la cultura de ese colectivo, sus formas y códigos, para que desde ahí podamos salir a cazar esos elementos clave.

Una vez potenciados por el buen humor, estos factores pueden lograr que distintas generaciones, jerarquías y formaciones “sientan” que tienen un punto en común, lo que les permite ampliar la mirada, iniciar proyectos, resolver conflictos y simplificar las interacciones.

¿No les ha pasado que, al manejar por nuestras calles limeñas, un carro se les cruza y su primera reacción es molestarse, voltear a mirar al conductor y querer gritarle?

A menos que, al voltear, se den cuenta de que es un amigo o incluso un conocido. Entonces, la expresión les cambia y hasta le sonríen. Bueno, eso es lo que logra el buen humor: acelera la construcción de relaciones, facilitando una cultura en la que todo fluye.

El buen humor se puede aplicar en todo: en una presentación, con caricaturas o memes; en una conversación escrita, con citas o stickers; y en una charla presencial, con gestos o declaraciones.

Pero lo que sí recomiendo usar en todos los casos es empatía para saber cuándo y cómo aplicar el humor; observación y respeto para dosificarlo según la reacción de su audiencia; y humildad para corregir si llegaran a excederse.

¡Practiquemos la próxima vez que nos veamos!

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