Por Ricardo Ikeda, director de Avícola San Fernando
El Perú se está quedando sin talento: cada día más de 2,000 personas emigran del país sin boleto de retorno, según datos del INEI.
Lo más alarmante de este fenómeno es su aceleración a un ritmo sin precedentes: en los últimos tres años, la fuga de talento se ha cuadruplicado.
El principal motivo que mencionan quienes emigran es la falta de oportunidades laborales adecuadas, una percepción que se acentúa entre los más jóvenes: tres de cada cuatro peruanos de entre 18 y 25 años planean dejar el país en busca de un futuro mejor, según una encuesta de Ipsos.
Ante esta problemática, la discusión pública suele centrarse en titulares sobre la inestabilidad política e institucional, la precariedad económica y la inseguridad ciudadana. Sin embargo, existe un antídoto potencial que pasa desapercibido en nuestras políticas públicas: la empresa familiar.
Un rasgo distintivo de las empresas familiares —y que las diferencia de otras organizaciones— es su cultura sustentada en valores arraigados en su historia.
Este legado auténtico genera un sentido de pertenencia que se convierte en una ventaja competitiva para atraer a quienes buscan no solo un empleo, sino un propósito que se viva a través de la cultura organizacional.
Este aspecto cobra aún más relevancia entre los jóvenes: el 86% de la Generación Z y el 89% de los Millennials afirman que tener un sentido de propósito es “muy” o “algo” importante para su satisfacción laboral, según una encuesta global de Deloitte.
La relevancia de las empresas familiares como imán de talento es especialmente clave para el desarrollo local, pues estas organizaciones suelen estar arraigadas en regiones fuera de Lima.
Si bien la capital concentra una parte importante de la actividad económica, las provincias en conjunto reúnen más de la mitad de las empresas familiares del país.
No obstante, estas organizaciones enfrentan grandes desafíos para atraer talento, ya que muchos jóvenes en provincias —en especial en zonas rurales— no permanecen en sus comunidades.
En una comunidad campesina de Puno, por ejemplo, un estudio reveló que más de un tercio de los jóvenes emigra debido a la falta de oportunidades locales, servicios básicos y la baja productividad agrícola.
Ante la competencia por talento de empresas no familiares y extranjeras, las compañías familiares deben comprender y aprovechar de forma estratégica sus ventajas inherentes para atraer profesionales.
Más que un simple “negocio privado” que genera empleo, las empresas familiares tienen una visión de largo plazo, una cultura sólida y un propósito arraigado en historias reales transmitidas de generación en generación, no fabricado en campañas de marketing corporativo.
En el contexto peruano, estas características resultan aún más poderosas, pues nuestra idiosincrasia otorga un alto valor a las relaciones personales, la lealtad y el sentido de comunidad.
Es momento de que las empresas familiares reconozcan este valor y contribuyan a construir el futuro del país, atrayendo y formando a las nuevas generaciones como profesionales plenos, felices y comprometidos.
Lo dice alguien que emigró del Perú y regresó doce años después, tras descubrir aquí un sentido de propósito y pertenencia que ninguna empresa en el extranjero jamás habría podido ofrecer.