Por Patricia Merino, consultora asociada y coach ejecutiva en LHH DBM Perú
¿Cuándo fue la última vez que asististe a un congreso, participaste en un curso o leíste sobre un tema completamente nuevo? Preguntas simples, pero reveladoras: la curiosidad se ha convertido en un indicador clave de competitividad organizacional. Hoy, toda empresa debería preguntarse cuál es su propio “índice de curiosidad”.
Uno de los mayores desafíos para los líderes de Recursos Humanos no es ofrecer oportunidades de aprendizaje —eso ya está cubierto—, sino convertir el aprendizaje continuo en una auténtica mentalidad organizacional. Muchas compañías cuentan con plataformas, cursos y herramientas, pero pocos colaboradores las usan. La brecha ya no es de acceso, sino de actitud. Y sin curiosidad, no hay desarrollo profesional.
En un entorno donde la tecnología, la automatización y los modelos de negocio avanzan a velocidad exponencial, aprender dejó de ser opcional. La mentalidad del eterno aprendiz se ha vuelto una competencia clave para la supervivencia empresarial. El problema ya no es la falta de recursos, sino la pérdida de curiosidad: el combustible del crecimiento personal y organizacional.
La curiosidad es la base del aprendizaje continuo, un músculo esencial para el futuro del trabajo. Necesitamos “volver a la curiosidad”: recuperar ese impulso natural que nos lleva a explorar, cuestionar y descubrir. Cuando la rutina, la sobrecarga o el miedo al error apagan esa llama, se apaga también el motor del progreso. Sin curiosidad, el talento se estanca y la organización pierde agilidad y competitividad.
Tres claves para elevar ese índice
- Conectar la curiosidad con los motivadores humanos. Las personas aprenden cuando perciben que hacerlo protege su futuro y su bienestar. Vincular la curiosidad como un motor para el progreso, la empleabilidad, el éxito profesional, la seguridad familiar y la felicidad. Cuando los colaboradores entienden que la curiosidad influye directamente en su estabilidad, se activa el verdadero impulso de aprender.
- Poner al ser humano en el centro. Es necesario diseñar experiencias de aprendizaje significativas que respondan a los miedos, aspiraciones y necesidades reales de las personas. Cada colaborador debe entender que su “yo más empleable” dependerá de su capacidad para aprender con agilidad.
- Transparentar lo que la organización valora. Según el World Economic Forum, las habilidades más demandadas combinan pensamiento analítico, creatividad, visión multidimensional, agilidad, adaptabilidad, alfabetización digital y competencias socioemocionales. Las empresas deben comunicarlo con claridad e integrar estas capacidades en sus sistemas de reconocimiento, promoción y meritocracia. Cuando los colaboradores saben qué habilidades son estratégicas y por qué, orientan su aprendizaje.
El gran desafío no es tecnológico, sino cultural. Muchas compañías avanzan en digitalización, pero no en desarrollar la mentalidad de eterno aprendiz que se requiere para adaptarse a la velocidad de los cambios. En el centro de esa mentalidad está la curiosidad. Si no se estimula, reconoce o celebra, desaparece en la vorágine del día a día. Fomentar una cultura de curiosidad requiere líderes que inspiren, pregunten más de lo que afirman, acepten el error como parte del aprendizaje y modelen la conducta de quien nunca deja de aprender.
El verdadero freno al progreso no es la falta de tecnología, sino la falta de curiosidad. En un mundo que evoluciona a velocidad exponencial, la curiosidad dejó de ser un lujo intelectual: es la nueva moneda del liderazgo y de la competitividad empresarial.