Durante años, “transformación digital” ha sido el mantra del mundo corporativo. Se repitió hasta el cansancio en conferencias, memorandos y presentaciones de PowerPoint. Pero ¿cuántas de esas transformaciones fueron realmente profundas? ¿Cuántas llegaron al núcleo humano de las organizaciones?
La verdad incómoda es esta: muchas empresas han confundido digitalizar con transformar. Han invertido millones en tecnología, pero han pasado por alto lo esencial: las personas. Y en ese descuido, han relegado la gestión humana a un rol administrativo, cuando debería ser la fuerza estratégica que lidere el cambio.
La gestión humana no puede seguir siendo el área que simplemente “acompaña” la transformación. Debe ser quien la diseña, la desafía y la lidera. Porque ningún algoritmo crea una cultura de confianza. Ninguna inteligencia artificial construye propósito compartido. Y ninguna plataforma funciona si las personas no están listas —o dispuestas— a usarla.
¿Queremos organizaciones ágiles? Dejemos de castigar el error.
¿Queremos innovación? Invirtamos en conversaciones, no solo en software.
¿Queremos una transformación real? Empoderemos a la gestión humana para que deje de ser un área de soporte y se convierta en el núcleo estratégico de la empresa.
La transformación digital no es un proyecto de TI. Es un rediseño profundo de cómo trabajamos, colaboramos y lideramos. Y en ese proceso, la gestión humana no puede ser un actor secundario: debe ser la arquitecta del cambio.
En un mundo donde casi todo puede automatizarse, lo verdaderamente disruptivo será lo que no se puede programar: la empatía, la creatividad, la conexión humana. Y ahí, la gestión humana tiene la última palabra.
Pero vayamos más allá: ¿por qué seguimos tratando a la “gestión humana” como una función aislada? ¿No es momento de que se convierta en una mentalidad transversal que atraviese todas las decisiones del negocio? Desde el diseño de productos hasta la estrategia comercial, desde la experiencia del cliente hasta la innovación tecnológica, todo debería pasar por el filtro humano. Porque si no mejora la vida de las personas, ¿para qué sirve?
La verdadera disrupción no está en la nube, ni en el blockchain, ni en el metaverso. Está en atreverse a poner a las personas en el centro, no como eslogan, sino como una práctica radical. Y eso incomoda. Porque implica cuestionar jerarquías, romper silos, rediseñar liderazgos y entender que el cambio no se decreta: se construye, conversación a conversación.
La gestión humana tiene que dejar de pedir permiso. Debe ocupar la mesa de decisiones con la misma autoridad que Finanzas o Tecnología. Porque esto no va solo de bienestar: va de estrategia, de competitividad, de futuro.
Y si las organizaciones aún no lo entienden, no es la gestión humana la que está fuera de lugar. Es el modelo de empresa el que quedó obsoleto.