Por Paola Chocano, Partner & Managing Director de Cornerstone Perú
Llegamos a esa época del año en la que toca pensar, proyectar y planificar el siguiente ciclo.
Los equipos afinan sus metas comerciales, se cierran las proyecciones financieras, se evalúan nuevos productos y se define el norte estratégico en el que concentraremos nuestros esfuerzos para el 2026.
Todo parece tener un plan… o al menos eso creemos.
Pero hay una pregunta que casi nunca se pone sobre la mesa y que, sin embargo, determina silenciosamente el éxito de cualquier estrategia:
¿Qué tipo de experiencia queremos que vivan nuestros colaboradores el próximo año?
Porque sí: así como proyectamos cifras y resultados, también deberíamos proyectar cómo queremos que se sientan las personas que hacen posible que esos resultados ocurran.
Cómo queremos que vivan su día a día quienes sostienen el negocio con su energía, su talento y su compromiso.
La experiencia del colaborador no es improvisada. Se diseña. Se conversa. Se decide.
Y cuando se hace bien, se imita, se replica y en la repetición, se convierte en cultura.
En Cornerstone acompañamos a líderes y organizaciones en procesos de cambio, evolución y transformación. Y cada vez vemos con más claridad algo que ya no deberíamos ignorar:
Las empresas que ponen a las personas en el centro no solo fidelizan talento…lo potencian. Y cuando eso ocurre, los objetivos dejan de ser metas: se vuelven resultados superados.
¿Por dónde empezar?
Comparto algunas prácticas simples pero poderosas que pueden marcar una diferencia real si las incorporamos desde ahora:
1. Llevar conversaciones humanas a los comités ejecutivos:
Este tipo de preguntas pueden cambiar completamente la agenda y los resultados:
Hablar de cultura, liderazgo y bienestar no es un “tema suave”: es una decisión estratégica.
- ¿Qué tipo de liderazgo necesitamos promover?
- ¿Cómo están emocionalmente nuestros equipos?
- ¿Qué queremos que vivan este 2026?
2. Ponerle nombre (y metas) a la experiencia del colaborador:
Así como medimos ventas o EBITDA, también deberíamos medir confianza, reconocimiento y pertenencia.
Si queremos equipos más comprometidos, tracemos indicadores claros, definamos estrategias y hagamos seguimiento.
3. Escuchar con intención… y actuar con coherencia:
Muchas organizaciones encuestan. Pocas escuchan con apertura. Y menos aún actúan cuando las personas hablaron claro. La escucha no es un diagnóstico: es una promesa de acción.
4. Medir lo que realmente impulsa los resultados con datos, IA e inteligencia organizacional:
La productividad es importante, pero no lo explica todo. Hoy sabemos que la seguridad psicológica, el nivel de energía y el compromiso emocional son predictores igual de potentes que cualquier KPI tradicional.
El uso estratégico de la analítica de personas, herramientas de inteligencia artificial y modelos de predicción permite anticipar riesgos, identificar patrones culturales, medir el clima organizacional en tiempo real y tomar decisiones más informadas y humanas. La data no reemplaza la empatía. La potencia.
5. Acompañar el cambio con claridad, empatía e innovación:
Los equipos no rechazan el cambio; rechazan sentirse fuera de él.
Los procesos de transformación requieren comunicación transparente, espacios para conversar, herramientas digitales que faciliten la transición y líderes preparados para escuchar, contener y guiar.
Un estudio de Cornerstone muestra que el 42% de los líderes en Latinoamérica reconoce que la falta de información sobre los cambios afecta el compromiso de sus equipos. Una cifra que debería hacernos pensar y movernos.
Planificar la experiencia del colaborador ya no es opcional. Es estratégico. Es competitivo. Es humano.
Porque, al final, el crecimiento sostenible no se construye solo con números. Se construye con personas que llegan cada día con propósito, energía y ganas.
Personas que se sienten vistas, escuchadas, reconocidas y también respaldadas por organizaciones que innovan, usan datos con inteligencia y diseñan experiencias que inspiran.
Si eso aún no está en la agenda del 2026, quizá sea momento de volver a escribirla.
